De conejos, acordeones y hortalizas (por Agustina Ibáñez)

Les comparto esta nota tan fluida, aireosa y perceptiva sobre el libro Así (de mi autoría y Daniela Arias, Ediciones de la Terraza) que me acabo de cruzar:






De conejos, acordeones y hortalizas



Agustina Ibañez 1



Abra el libro como quien pela una fruta

Oquendo de Amat, Carlos. 5 metros de poemas



Mis abuelos vivían en una casa antigua con pisos de pinotea. En el espacio que quedaba entre la madera sobre la que caminábamos los humanos y los cimientos de la
 


1  Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Docente del Área de Teoría y Crítica

Literarias de la UNMdP. Becaria doctoral del CONICET. Es integrante del grupo “Escritura y Productividad” radicado en el CELEHIS (Centro de Letras Hispanoamericanas). Forma parte de proyectos radicados en la Universidad de Córdoba. Es profesora de Literatura y Prácticas del Lenguaje en el nivel medio y dicta Talleres Literarios.


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Vol. 3; Nº. 5, diciembre de 2017. ISSN (en línea): 2525-0493. (pp. 244-249)



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vivienda, nos contaron que habitaba un conejo. A veces, con mis primos lo escuchábamos correr debajo de las habitaciones e incluso, hasta le hablábamos y le tirábamos comida por un agujero que se había hecho en un nudo de los listones del suelo. No sabemos si había un conejo o no, lo cierto es que llenamos la cámara de aire de zanahorias, acelgas, brócolis e hinojos. Mi abuela también decía que la literatura tenía el poder de hurguetear y devolvernos esos recuerdos intensos que nos habitan como los conejos a las casas. Después de leer Así, supe que siempre tuvo razón.

Las páginas del libro de Luciana Schwarzman y Daniela Arias, publicado por primera vez en 2016 por el sello independiente cordobés Ediciones de La Terraza, están llenas de aromas, de recuerdos, de colores, de movimiento y de sabores. Los nueve poemas y las ilustraciones que forman parte de este volumen, premiado por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina (ALIJA) en su edición 2016, reflejan una mirada fresca, alternativa e ingeniosa del mundo. Sus pequeñas hojas nos invitan a viajar esquivando naranjas, cebollas, morrones, rabanitos, limoneros, brócolis, cerezas, avellanas y conejos blancos que esperan, que deambulan entre huertas, amores, viajes y sueños. En su interior, conviven y dialogan palabras e imágenes en un ritmo en el que se reactualizan saberes que devuelven la magia y la sensación fantástica de mirar el mundo por primera vez. Los gajos de naranjas se convierten entonces en “barquitos enteros” (Schwarzman y Arias, 2016, p.7); las hojas de albahaca devienen pétalos de margarita y repetimos “me quiere no me quiere” (p. 26); revivimos creencias y costumbres populares para salvarnos del olor y el llanto que provoca desnudar una cebolla hasta pronunciar “Mentira que mojarla/ no hace llorar” (p. 9) y descubrir que “el freezer/ no congela el ácido” (p.9). Y es tal vez aquí, en esa apelación al profundo universo que rodea la niñez, donde reside el poder de este objeto poético de Luciana Schwarzman y Daniela Arias. Pues, el “Mirá abuela, al final no fui cirujana” (p. 6) de Daniela y el “Gracias por convidarme barquitos de naranja la primera vez” (p. 5) de Luciana que abren, cual dedicatorias, el volumen funcionan no sólo como llaves de acceso sino, y sobre todo, como signos que activan en el lector el proceso rememorativo que reclama la lectura total de esta propuesta estética.

Así forma parte de la Colección Acordeón dirigida por Mauricio Micheloud. El nombre en sí mismo de la serie en la que está incluido intensifica las imágenes que




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desde los tiempos más remotos están asociadas a la poesía: la música, el sonido, el ritmo y la memoria. A lo que se suma, y tal vez aquí radique una de las apuestas centrales de Ediciones de La Terraza, la experimentación en torno a la materialidad misma del formato libro pues las hojas son una tira continua que se desenrolla y que se ejecuta, como un acordeón, a medida que entra en movimiento. Su pequeño tamaño desafía las categorías de tiempo y espacio. Cuestiona los modos de leer, la concepción del libro como objeto, las maneras de transmisión y recepción de mensajes y el papel del lector. Pues al circular por las hojas de Así, el texto invade nuestro espacio. Nos invita a entrar en movimiento, a “abrir el libro como quien pela una fruta” (Oquendo de Amat, 1980, p. 4) pero, sobre todo, a convertirnos en lectores intrépidos, activos (Barthes, 2013, pp. 75-85), capaces de viajar en ese tránsito de palabras e imágenes que nos llevan a saltar, como los conejos, de un dibujo a una escena, a un poema, a otra historia y vuelta a empezar. De este modo, Así emerge como un texto pliegue (Derrida, 1975, p. 343) que al mismo tiempo es palabra, dibujos, sonido, ritmo, movimiento y acordeón. Es que Así es eso: un libro extravagante que descoloca toda posible estructura rígida y solidificada de la Literatura. Ya desde su presencia, condensa dos aspectos antinómicos: la contracción y la extensión. Su estructura móvil rompe la idea de libro tradicional. Sus hojas se van desplegando como la cáscara de una fruta hasta formar una tira circular en la que palabra y dibujo van tejiendo el entramado de dos historias que se acercan y se distancian como una cinta de Möebius. A partir de aquí, las ideas de comienzo y fin se desdibujan. El libro se transforma en un incesante círculo que materializa la lectura y la escritura como procesos infinitos. Los finales de los libros y el miedo abisal ante el cierre de sus tapas, es aniquilado. Todo fluye y comienza y vuelve a comenzar cual eterno retorno nietzscheano como las temáticas abordadas en sus páginas: la naturaleza, las estaciones, los cultivos, la vida. De ahí, que esa estructura circular se repita de manera especular en la estructura de cada poema: “Sembré semillas de morrón/ Pasaron seis meses/ pasó flor de morrón/ creció un morrón/ Uno/ Solo/ Pasó el invierno/ Uno/ Solo/ Y se murió/ Sembré semillas de morrón” (Schwarzman y Arias, 2016, p. 13)

En Así, nuestros cinco sentidos son interpelados y llamados a la exploración. Vista, olfato, gusto, tacto y audición son activados desde la presentación del libro hasta




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las ilustraciones y los poemas. Por un lado, los dibujos de Daniela Arias en gamas que combinan colores fríos (azules, violetas) y cálidos (rojos, naranjas, amarillos) enfatizan lo visual al tiempo que narran, desde la imagen, una historia otra que se va trenzando entre los textos de Luciana Schwarzman. Este contrapunto de voces va dibujando un mundo plagado de intensidades en las que, al igual que el sonido, el color deviene recurso capaz de teñir de tristeza, dolor, alegría y armonía la página. Las sensaciones por las que transita el lector son variopintas. Las imágenes nos hablan de la soledad, del tiempo, de la espera, de los desencuentros, de amores, de sillas vacías y de ciclos incesantes. Y en esa atmósfera viven también los poemas de Schwarzman. Desde su brevedad exquisita, irrumpen con una voz poética sobrecargada de inocencia. El ojo del sujeto poético se detiene en la simpleza del mundo para develar una ambivalencia que oscila de la ternura al dolor: “La albahaca no me quiere/ No le gusta que la deshojen/Nos parecemos tanto” (p. 25). El olfato y el gusto son convocados a partir de la insistencia en construcciones que inscriben aromas “huele/ cual rábano” (p. 15); “¿Es posible/ que lo bueno huela mal?” (p. 20) pero, también en las imágenes que representan mesas con platos de comida, huertas, flores, campos. El sonido se activa a partir de la experimentación en sí misma con la palabra. Los poemas están plagados de rima, de repeticiones - “Lo pienso/ y pienso/ lo pienso/ y corto” (p. 7)- que acentúan el ritmo, el sonido y la oralidad. Por su parte, la puesta en juego del tacto es llevada a su esplendor. El formato del libro invita a entrar en contacto, a deambular entre los poemas y las imágenes promoviendo la activación de una lectura en la que texto-cuerpo no pueden pensarse de modo separado.

Ni los textos de Luciana ni los dibujos de Daniela son islotes. Se encuentran conectados a un nivel subterráneo hasta el punto de contar y no contar historias de conejos, de hablar y de no hablar de hortalizas, de escribir y dibujar a cuatro manos a dibujar y escribir con dos. Pues, a medida que hacemos circular la rueda-libro, sus lenguajes brotan y rebrotan, se alejan y se distancian hasta el infinito. No hay un diálogo punto a punto entre poema e imagen sino que los vasos comunicantes surgen como finas y hondas raicillas que se conectan desde y con la totalidad. Las ilustraciones no son entonces un acompañamiento de la imagen ni viceversa. Mucho menos se trata de la transposición (Genette, 1989, p. 263) de un lenguaje a otro. Se trata de un libro




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múltiple en el que decir y representar, sonido y color, se enlazan como en una partitura de orquesta.

En una conferencia presentada en Luchon en el año 1975, Roland Barthes (1915-1980) retomó en sus inicios tres preguntas que desde los tiempos más remotos atraviesan al hombre y que, aún hasta en el futuro más lejano, espero nos sigamos planteando: “¿Qué es leer? ¿Cómo leer? ¿Para qué leer?” (2013, p. 45). El libro de Luciana Schwarzman y Daniela Arias nos indaga y nos obliga a responder una vez más esos interrogantes. Después de entrar en contacto con él, a la pregunta barthesiana de cómo leer podríamos empezar respondiendo: Así, trazando y (des)tejiendo redes.





















































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Referencias Bibliográficas



Oquendo de Amat, C. (1980) 5 metros de poemas. Lima: Ediciones Copé.

Derrida, J. (1975) La diseminación. Madrid: Fundamentos.

Barthes, R. (2013) El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós.

Genette, G. (1989) Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid: Taurus.


















































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