Un perro vestido de perro

Marita se dio cuenta  de que su perro Tadeo estaba vestido de perro. Lo descubrió esta mañana mientras se lavaba los dientes. Resulta que Tadeo siempre la espera en la puerta.  Él la mira, la espera. Ella lo mira, se enjuaga. Y recorren juntos todos los rincones de la casa. Adonde ella va, él la sigue. Adonde él va, ella lo espía.

Hoy lo encontró queriéndose comer una galleta que estaba sobre la mesada ¡Como si alcanzara, el petiso! Cada vez que Marita prepara el desayuno, Tadeo va solito a la terraza, marca el territorio haciéndole pis en alguna de las macetas. Y ambos tardan el mismo tiempo: Marita en preparar el desayuno, Tadeo en hacer pis. Tanto es así que desayunan juntos.

Pero esta vez Marita puso a calentar su leche y una duda la acercó a la escalera. Dejó sus chancletas en el primer escalón y subió en puntas de pie a espiarlo. Primero asomó la nariz por la puerta de la terraza. Sabía que si él la escuchaba, dejaría de hacer lo suyo y ella no podría descubrir qué estaba escondiendo.
Marita soltó tres olfateos al aire y nada. La puerta estaba despejada para atravesarla. Con un saltito suave se acercó hacia la primera maceta. Detrás de la planta de palta volvió a asomar la nariz. Y ahí estaba Tadeo.
¡Lo pescó justo! Estaba terminando de abrocharse la camiseta de perro. No se estaba rascando el ombligo. Tadeo se estaba terminando de vestir de perro. Ella lo vio. Y no sólo eso. Hasta parecía que se estaba pegando manchas de dálmata en el lomo.  

Marita quiso asomar la cabeza por entre las hojas para verlo mejor. Hizo unas maniobras de mimo para despejar la visión, y sí. Lo confirmó. Su disfraz de gran danés encubría a un Tadeo pekinés.
¡No lo podía creer! ¡Hasta blanco con manchas había elegido ser! Todos estos años había vivido engañada. ¿Cómo es que no se había dado cuenta? Y es que Marita se levanta tan dormida por la mañana... Y Tadeo, tan astuto…

Enojada, volteó la maceta sin querer. No pasaron ni dos segundos antes de que Tadeo se pusiera a jugar con la tierra. Marita había quedado parada de una forma extraña, entretorcida y malabareada. Al descubierto, sin la planta de paltas.

Ella no paraba de mirarlo. Buscaba algún cuello de camiseta, una costura, un botón. Y nada. Amagó tirarle una pelotita para distraerlo y salió picando hasta donde lo había encontrado segundos atrás. Tadeo la siguió, como siempre.

Dentro de su traje de perro grande, Tadeo encubría su identidad de petiso y ñato. Era él quien hacía desaparecer la comida de la mesa cuando ella iba a buscar el jugo. Masticaba los huesos gigantes que le conseguía Marita en la carnicería, en sólo un día. ¿Pero cómo lo hacía?
Entonces recordó que había sido él, también, aquel perro que lideró la patota de la esquina cuando pasó un desfile de chihuahuas coqueteándolos. Y cuando le salía un ladrido grueso que espantaba a los gatos del cuartito de la terraza. Ni hablar del día en que vino el plomero y no le sacó los ojos de encima mientras le olfateaba el bolso, gruñido de por medio. No faltó momento en que vinieran visitas y les diera un empujonazo de bienvenida que terminaba con la visita de cola al piso. Tantas veces se subió a la cama en pleno invierno, durmió despatarrado y ella tuvo que acurrucarse en la otra punta.
Marita entendió que el traje de gran danés le había dado coraje a Tadeo. Cuando ladraba, los otros perros lo respetaban…sin mucho esfuerzo. Así como le pasaba al ovejero del vecino y al rottweiler del mecánico.  Ella se dejaba llevar por las perreadas de Tadeo, eran el uno para el otro y por más traje que se pusiera iba a seguir siendo su compañero. Tadeo era un chiquito con ganas de grande. Y Marita lo había descubierto…

 LUS

Ilustración: Luciana G. Verbauwede http://lugverbauwede.blogspot.com/

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