La risa del cangrejo

El cangrejo abría y cerraba sus tenazas violetas muriéndose de risa. Se dejaba llevar por una ola y volvía. Cada vez que se acercaba a unos dedos regordetes que jugaban en la orilla pintados con arena y una pizca de sal, se desarmaba riéndose.

Se lo llevaba el agua cuando el mar juntaba aire para escupir otra ola. Pero volvía y miraba los pies. Y se le descontrolaban las tenazas en carcajadas. Así siguieron pasando olas hasta que el sol se apoyó en un barrilete y se fueron yendo sus espigas de calor. Pero al cangrejo no se le iban las ganas de reír.

En una de las veces en que volvió todo espumado, los pies se habían movido haciendo pozos lejos de la orilla. El cangrejo todavía guardaba risas en el bolsillo.

 Entonces aprovechó el envión de una ola y se dejó arrastrar hasta que el agua se absorbió en la arena. Ya en piso firme buscó esos piecitos mofletudos y los vio alejarse a saltos por ahí. Enseguida enfiló sus pinzas al encuentro, caminando de costado. Las revoloteó hasta acercarse y ahí lanzar una carcajada a mordiscones.
Justo cuando estuvo dispuesto, casi pegado a esos dedos carnosos, unos pies oscuros y arrugados se acercaron. Levantaron a su presa, sin que él llegara a apretarla. El cangrejo se quedó mirando cómo se alejaban los pies enredados entre las manos de ese gigante.

No tardó en llegar la ola que lo arrastró hacia el mar otra vez.  Con las pinzas cansadas de tanto esfuerzo por ir y venir se dejó llevar. Pero,  cuando volvió a la orilla junto a la espuma, ya estaba listo para mordisquear a carcajadas unos nuevos pies.  


    LUS




Ilustración: Luciana G. Verbauwede http://lugverbauwede.blogspot.com/

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